Treguas
La conversación en la manicuría de Violeta -en uno de estos días turbulentos que opacan el verano isrealí- giraba en torno a la necesidad imperiosa, casi animal, de una tregua. Una clienta, que había destrozado sus uñas mordiéndolas frente a la pantalla del televisor mientras miraba las noticias de esa guerra que se impuso como un tsunami sorpresivo y voraz, comentó algo que derivó la conversación hacia preocupaciones mas filósoficas y universales:
-Todo el año quiero huir de la rutina… y hoy deseo volver a ella desesperadamente.
Lo expresó con tanta vehemencia y angustia, que generó un silencio inmediato entre las mujeres presentes. Es como si hubiera confesado, de pronto: «Todo el año mi vida es una ciénaga… pero esta ronda de tensión y muerte es mucho mas intolerable aún».
Violeta, que en vano intentaba limar esas uñas devastadas por los nervios, elevó la vista de su tarea y la miró con pena. Luego desvió su mirada hacia mi, como pidiendo aprobación, y entonces le soltó la verdad cruda, sin anestesias, señalando esos dedos deformes:
-No hay esmalte que pueda arreglar ésto… te estás haciendo daño-. Y remató: -Esto no empezó con la guerra. La que necesita una tregua sos vos.
La clienta se retiró como un ánima y cuando desapareció de la vista, el cotorreo recomenzó, se sucedieron los ejemplos y las anécdotas, cada mujer relató uno o mas paréntesis, treguas, parates, frenos, espacios, oasis, que la vida impone o que nos imponemos para tomar aire un ratito, para arribar al claro en el bosque, para dejar de ahogarnos, para retomar fuerzas o simplemente, para detenernos un momento a mirar una rosa o a escuchar con verdadera atención a un niño… hasta la próxima sirena de alarma.