COMO UNA FLOR, tu nombre estalla en mi pecho. Apenas se desdibuja en mis pezones el penúltimo de tus besos. Él manipula (pinta o talla); me penetra y vas saliendo en carne viva como llama o luz multicolor, dolida y dulce. Crece y late desenfrenadamente y vas llenándome, rebosándome como copa ebria. Se detiene. Se aleja. Me mira. Me toca y vuelve y mira. Y miro que me mira como objeto en el que va naciendo un nuevo ser. Y lo siento, te siento. Como si tus pulsaciones y las mías fueran de la mano por el prado, sobre la alfombra de hojas secas a la sombra del enhiesto pinar de nuestras largas caminatas.
Vuelve a mi pecho, tu jardín, donde has gritado tantas veces que es el lugar donde muere la sed… Y se entrega. Entra a mi piel como si fuera la última, como si yo no existiera o no estuviera presente. Naces en mí y me dueles, flor de mis adentros y entra por la ventana abierta una canción cansada y vieja. Y pienso en ti, ausente y mío, mientras él, con devoción y entrega, continúa tatuando tu nombre ahí donde naces cada vez que yo muero en las comisuras de tus labios. ©