Entre Murallas
¿Las lágrimas que no se lloran esperan en pequeños lagos,
o serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?
Del libro de los Preguntas de Pablo Neruda.
Vivía sola en la mansión colonial donde habitaron sus padres y mucho antes sus abuelos. En ella, nada había cambiado. Todo se mantenía como fue concebido. Parecía un altar al tiempo o el templo para un reloj que jamás funcionó. Los grandes patios centrales se encontraban desiertos y los inmensos salones vivían en perpetua oscuridad.
Nadie la visitaba, pocos siquiera la recordaban.
Un viejo amigo de la familia, Don Luis Montalvo era el único que se compadecía de su solitaria existencia y se preocupaba llevándole lo necesario para subsistir. Conocía su historia y sabía que Hortensia no salía de la mansión desde la noche en la que fue violada. Sucedió en la gran fiesta que organizaron sus padres para dar la bienvenida al ejército revolucionario que estaría a cargo del gobierno del pueblo. Un gobierno que se reflejaría en más riquezas para ellos y que para Hortensia significó la destrucción de su alma.
Ella, sin abandonar jamás sus murallas, plasmaba su necesidad de vivir sobre decenas de cuadernos llenándolos de bellas letras y que nadie leía.
La noche que la visitó la muerte, supo que no escribiría más. La mansión quedaría desierta y tal vez, solo tal vez, Don Luis, en su visita semanal, sabría que falleció.
Apenas tuvo tiempo de sacar a la luz sus cuadernos y esparcirlos sobre la cama cuando expiró.
Don Luis Montalvo, como noble caballero que era, llegó puntual a la cita. Esperó, como era su costumbre, en el umbral; pero al no tener respuesta entró y se detuvo en el patio central para escuchar el eco de los carruajes. Percibía algo que no había notado antes, sin embargo sabía lo que significaba: El pasado volvía en tropel y penetraba en todos los rincones. Vio a los fantasmas bailar en el gran salón invadido de luz por arañas que ardían e iluminaban con sendas velas. Lo veía todo. Mesas cubiertas de exquisitos manjares y joyas que lucían en los cuellos y manos de bellas y opacas mujeres inexistentes.
La buscó por la mansión. Hortensia había desaparecido. Caminó hasta su dormitorio deseando hallarla dormida y soñando con una gran fiesta en la que ella no fuese dañada.
Sobre la cama encontró los cuadernos. Tomó algunos y con ellos sobre su pecho se encaminó hacia el patio trasero. Vio algunas parejas que se besaban.
Leyó las bellas letras y se dio cuenta que la amaba hacía tanto… tanto, que no alcanzaba a recordar desde cuando y que había vertido tantas lágrimas sin llorar que su alma se había convertido en un lago.
Entonces, la vio en el gran salón. Vestía un hermoso traje negro ceñido a su juvenil figura. Adornaba su pelo negro con una tiara de esmeraldas. Bailaba con un militar que la tomaba por la cintura y reía, reía como Luis Montalvo antes, jamás la viera.
Salió de la mansión a toda prisa, se sentó solitario, leyó los amores y desamores de esa mujer que nunca supo a ciencia cierta a quién perteneció y fue entonces cuando presintió una verdad imposible y se preguntó: ¿Las lágrimas que no se lloran esperan en pequeños lagos, o serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?
Fue justo en ese momento cuando su alma se desbordó.
Poemario Muerto
Se desgaja bajo su cubierta agrietada,
cuando escapan los versos
de sabor imposible,
aromas que desplazan
la raíz que les dió vida.
Poemas en gajos dispersos,
cascadas de sensaciones,
gotas caen al pie del olvido,
frases sin versos
palabras mudas
y en cada una
… silencio.