Soy el lienzo con el que te has cubierto.
Hoy me han lavado, me han quitado con detergentes y lejías que rayan en lo profano tu sabor y los olores impregnados entre los pliegues de mi cuerpo. Las arrugas donde te atrapé en deseos y vapores de lavanda han desaparecido.
Corrió agua fresca entre mis hilos y exprimen con fuerza las manos que antes me tallaron.
Abandonada en la esquina del lavadero, espero ser sacudida, que me devuelva la vida y tenderme al sol y blanquear las penas.
Sin aire y sin luz me quedo; presintiendo que de la oscuridad no saldré más. Soy un ovillo de manta, que no se extiende ni abraza al viento entre sus poros para soltar el suspiro congelado entre la malla de las hebras.
Alrededor, muchedumbres y arrabales, ignotas y natas conocidas, alamedas de arañas ponzoñosas y enjambres de abejas que hieren con el zumbido de sus alas
Extraño el cuero atado a tu cintura cabalgando al viento entre recuerdos.
Hoy, apenas un pedazo de tela deformada.
No se ventila mi dolor. Nadie me extiende ni sacude para dejar caer la humedad que aún queda para después prenderme en la cuerda que existe entre los dos postes de tu patio e imaginar que son tus manos que me detienen y es allí donde yo vivo.
¡Estira la manta que me sofoco!
Plancha mis penas para ondear libremente,
como alguna vez lo hice, cubriendo tu piel.