Debí asesinar a los hermanos Grimm.
Había una vez… una princesa. (Esa fui yo)
Me cobijaba una sábana de rocío, una capa confeccionada con el olor de tu piel junto a un anhelo tejido con hilos dorados. Argenta abrazando mis manos de miel.
Jardines esmeralda, estanques perla, peces almibarados de abril.
Y dormía entre sueños adonde mis zapatos me acompañaban por todos los caminos y jamás me dejaban partir.
Volaban con mis pasos entre las telarañas de la vida.
…Pero perdí los tacones en una incierta predicción.
Tacones que hoy retumban sobre mi techo, que despiertan a mis pesadillas y las acompañan
para morir en el estiercol de mi mente.
Tacones que dibujan la lápida adonde aciagamente me apoyaré sobre el fierno merecido.
Vivo descalza.
El sol refracta su luz y me niega el arco iris.
Me niega la tiara que antes vestí sobre pelucas de polvos de angel y madejas de luz.
Cerceno mi piel para cubrir la tristeza de mi desnudez,
los jirones de momentos no olvidados, los despojos incendiando mi verdad.
Extravié mis zapatos de obsidiana y marfil, arruiné mi vestido alvo y hoy que me cubro de humo y nostalgia,
de despojos que recorren mi sexo, de púas que castigan mis pies.
Despierto y te encuentro.
Perdón…me confundí otra vez
No eras tú -señor dragón- con quien debí tropezar.