Te vi por primera vez mientras nadabas en el río con tus muslos desnudos, duros como el día y tu piel; marfil al fuego.
La bola andaba cerca, comandada por uno de tantos que con un fusil en la mano y unos cuantos seguidores eran los amos del país. Asesinos sintiéndose héroes. Temí por ti, pues los conozco y tan maldito como ellos he sido.
Tu mirada, como flecha de avispa me guió hasta tu cuerpo. Te besé sintiendo la humedad caliente de tu asfixia y la reunión exacta de tus pechos… Huiste, diciéndome adiós con el pelo húmedo y quedaste tatuada en mi mente, mientras te perseguí con la mirada.
Mataron niños y viejos por igual, tomaron a las mujeres para usarlas y luego asesinarlas por los caminos.
Pero el destino tuvo compasión y te encontré sin vida y mancillada en el sitio exacto donde te conocí. Cerré tus ojos sin conocer tu nombre.
No, no fue nada de tu cuerpo, ni de tus ojos, ni de tu vientre, es tan solo este lugar donde descansas. Estos, mis brazos tercos, fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.