Gemido al Viento
Hoy murió.
No importa quien.
Fue tan solo alguien que no tuvo la suerte de asistir a las fiestas y tragedias de las ánimas danzantes.
Tan sólo se fue, sin avisar, ni dejar instrucciones o deseos que cumplir.
Mientras veía caer la tierra sobre su féretro y escuchaba el gemido del viento silenciado por la partida de su alma… me alejé.
Empecé a imaginar…
Deseo una muerte con gavetas ordenadas, un lugar donde guardar lo que cargo en la historia finita de mi paso por este acontecimiento que llaman haber nacido, haber crecido, madurado. El haber sido y continuar aún en el haber o el a-ver.
Quiero un lugar para ordenar lo que viví en color blanco. Lo que pasó desapercibido o nunca se adhirió, simplemente se van sin reconocer.
Me hace falta una baúl, como el que utilizo para guardar mi ropa interior, allí se quedarán mis intimidades, mi gozo en el amor, mi sufrimiento de mujer y necesidades que nunca expresé. Todo lo que no deseo sepan de mi y las cosas tan personales como lo son mis pantaletas de encaje o las medias rotas de seda.
A un lado, acomodaré las alegrías y los mejores días. Prometo que será un espacio tan grande que aún los gnomos imaginarán que fui la princesa de un maravilloso cuento de hadas o la reina recién coronada o tal vez una doncella a la que secuestró su príncipe en un caballo alado.
Esta gaveta contendrá cada una de mis satisfacciones… ¡ya lo verán! serán imposibles de contar.
Lejos, muy lejos, tendré un espacio para que reposen los dolores. ¡Nadie se acercará, me pertenecen, son mi historia. No deseo que nadie los llegue a tocar! …no por egoísmo, ni porque no los quiera compartir, simplemente porque reconozco que no los comprenderán.
entonces ¿para que?
Hay un lugar especial donde irán colgados y almidonados mis recuerdos. Tendrá una ventana finísima de cristal. Con un toque del alma se podrá penetrar.
Estarán prolijamente acomodadas las satisfacciones que nadie mas vivió.
Todo esto, en una gama de colores, inventados por supuesto organizados como una caja de crayolas sin estrenar.
Trataré de encontrar un rincón lejano en el cuál acomodar las tristezas, tan alto como el techo del firmamento. Estas serán transparentes, no quiero que nadie las viva y mucho menos las reviva.
Con una vez bastó.
¡Ah! No olvidaré tirar a la basura mis zapatos. La medida de mis pasos es tan corta y tan inútil que no se pueden calzar más, mucho menos dar marcha atrás. Mis pensamientos rompieron sus tacones haciéndoles sonar con gritos tan altos que ahuyentaron al que amé.
Así; con el armario en orden podré partir.
Dejaré todo adornado con lazos, celofanes y tules que lo resguarden para la eternidad.
¡No importa que tan-poco eterna sea la eternidad!