Tu rostro, dulce, calmo, fino.
Tu piel, la acaricio; puedo sentir su frío… tu muerte, tu descanso…
Tus pecas, irónicas, siempre intrigantes, ahora denigrantes,
convierten tu rojo semblante
en un completo remolino de delirio y sadismo.
Pero qué digo, sí eres hermosa, sí que lo eres,
desde el día que te conocí hasta ahora,
que me miras con esos ojos, fríos, apagados, azules como la noche.
La noche, mi único testigo…