Aquí estoy, sola estoy, despedazada,
el cielo ruge, las nubes se aglomeran
y aprietan y ennegrecen y desgajan,
los vapores del mar la roca ciñen.
Sacra angustia y horror mis ojos comen,
a qué, naturaleza embravecida,
de quién de ansia de amor rebosa y muere.
¿Dónde, Oh Dios, los ojos pones?
¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara,
digna por fin de recibir mi frente?
¿A favor de quién derramaré mi vida?
Rasgóse el velo, por un tajo ameno,
de claro azul, como en sus lienzos abre,
entre mazos de sombra, isla misteriosa y solitaria,
alguien triste en la roca mira.
En lindo campo tropical, galanas palomas blancas
y gaviotas negras, de unas flores fétidas, fangosas y espinadas,
danzando van, ¡a cada giro nuevo,
bajo los muelles pies que la tierra cede!
Y cuando en ancho beso, los gastados
labios sin lustre, ya trémulos se juntan,
saltan de improviso hambrientas aves,
tintas en hiel, aves de muerte anunciando el vendaval.
Isla misteriosa, isla solitaria,
cuán grande es tu inmensidad,
testigo fuí, hasta que el oscuro manto nocturno,
te cubrió de viento tu beldad.
Inseparables praderas y rocosas montañas,
me vieron partir en la alborada de tu ancho mar
y en medio del silencio y los cantos matmales de las aves,
allí mismo, me perdí.