Tenía los ojos grises gastados de distancias.
La boca generosa burlando los esfuerzos.
Una gesta valiente en su frente bronceada,
y la cara surcada por lineas de penas.
Ella era la sabia sin libros ni colegios
la adivina del mundo con su labia callada.
En el manto celeste de ese campo sin techo,
guardaba larga historia de camino y de gloria.
Se fue un día cuando el sol calaba
por esa puerta precaria de la cuasi tapera,
con un rezo sereno suspiro del alma,
dejando su ejemplo orgullosa dignidad.
¿En qué rincón del cielo Ds le brinda descanso?
¿Con qué lana y qué rueca prepara sus hilos?
¿Cómo será su comida en esa extraña cocina?
Quizás la abuela aún mezcla harina de trigo!