Recorro caminos de piedra. Kilómetros y kilómetros de líneas, letras, puntos y comas, sustantivos y adjetivos, en la inmortal representación de los mares y los espacios de aquel que lo hizo y decidió cederme su lugar.
Mis pestañas, paraguas y sombra contra el sol rutilante de la playa en la que amo.
Mis pupilas dilatadas en la negra historia del desierto. Las cuencas de mis ojos, espejo de los manantiales de lama donde los azules han muerto y el iris rebusca entre los colores inventados las plegarias y el pardo rojo de la maldición.
El entrecejo fruncido ante la ignorancia o el cerco de púas de la intolerancia.
Litros de tinta desparramada; borradores gastados, momentos desperdiciados en las yemas de los dedos y las garras animales que destruyen el trozo de papel manchado que no gustó.
Invito a los personajes y miles de almas que aparecen en la historia de las historias que nunca se concluyeron para que me acompañen en el inicio del manifiesto que por la humanidad se apiada o ante ella se postra.
Ojos gastados, gesticulaciones, tipografías, discusiones.
He nacido y renacido en metros de grafito, he muerto entre millones de máquinas de escribir, fallezco en los momentos de llanto para cerrar finalmente los ojos sin saber si ciertamente lo leí, lo soñé o lo viví.