Hay veces que no debes hablar,
puedes morirte, puedes soñar,
llorar, reir… pero no hablar.
Deberíamos sellar con cera nuestros labios
y enseñarles a nuestros ojos
a poder hablar… pero no emitir sonido alguno.
¿Cómo hacer que el mundo, sin excepción
entiendan el mensaje de una mirada?
Tus oídos habrán de guardar silencio,
tus ojos no apreciar ningún sonido,
tu piel no absorber el sudor corporal,
ni tus labios disfrutar el aroma de un buen beso.
No debes hablar,
sólo escuchar y seguir escuchando …
explotar, adolecer, escribir …
pero no hablar.
Las palabras se nos clavan en la carne,
nos destrozan las entrañas y nos dejan
desangrar, nos dejan morir, pero no hablar.
Y mil lenguas de doble filo,
se enfrentan en un duelo,
atraviesan los hierros, hacen sonar su metal,
atraviesan los oídos y no nos dejan hablar.
¿Cómo hacer que nuestra mente hable
entre el crepúsculo del silencio?
Si la melancolía se oculta, si los sueños
se ocultan, si el metal se oculta,
la voz ha de ser metálica,
la luz ha de ser metálica
para que no se rompa
y no se riegue y no se pudra
y… no hable más.
¿Cómo se puede dejar de morir,
sin agonizar, sin reír, sin llorar, sin amar?
Cómo se puede vivir entonces, sin hablar?
¿Cómo pronunciar una palabra sin matar?
Hay que guardar silencio,
arrancarse los labios,
extinguir la voz hasta
apagarla para siempre,
pegarse un tiro en la garganta
y morir y morir … ¡pero no hablar!