No quería.
Decidí no abrir el grifo, no tentar al agua tibia, mojar los poros y dispersar el sudor como si fuese la tinta de una página del diario que dejé olvidado bajo la gotera.
Que nadie se acerque.
Dejaré la noche intacta.
No se borrarán las cicatrices en piel lacerada ni el calor del vello que descuidadamente frotó mi pubis que arde, no predica.
Esta noche, dejo el sudor en los pliegues de la memoria, en el esfínter de las palabras que cerrado jamás dijo: te quiero.
Esta noche no hay remordimientos por lo inconcluso ni demandas por lo no habido.
El agua no será cómplice borrando manchas, porque ahora son tan solo lunares invisibles.
Las perlas que cultiva mi cuello cuando el abanico decidió no encender, quedarán matizando la penumbra.
La almohada buscará confusa a «aquella otra» ( habitada antes por dos).
Los amarillos cobaltos de tus ojos no quedaron guardados en mi gaveta ni desaparecieron con al búho que se esconde cuando amanece.
No.
Al menos no en esta noche regalada en soledad cuando la astilla punza y con sangre derriba las barreras para escribir sobre una servilleta aquella historia, en la cual son muy pocos los agraciados.
Si que me lo dijiste.
Y es por ello que el grifo pierde su batalla y acepta que es vencido.
Dejo a los duendes con ese olor que condimenta mi sueño de salsas prohibidas que enferman evidencias.