Si,
me encontraba en un café, de aquellos que se llenan por la tarde.
Te sentaste frente a mí con una nuez entre tus manos,
la envolvías con celofanes de caricias.
Eras dueño del cascanueces y yo te imitaba,
tomé mi corazón.
El crujir rompió el silencio en el que masturbaste mi sueño,
yo sangraba sobre el mantel a cuadros (quien amablemente escondió las manchas inesperadas).
Tú, confeso.
La carne de la semilla se encontraba expuesta junto a la mía
en esa habitación sin rincones, de diámetro indiferente;
una crisálida a quien tan sólo yo pude inventar.
Fué sencillo: el asesinato se había consumado.
¿Lo ves?
El mantel sirvió de manto a un cielo sin luna-sin azul,
el aroma fue sonido
y la víctima:
esa…
¡que más da!